Summary: | Corría el mes de junio de 1815, cuando en Bélgica se definía una de las batallas más decisivas, sangrientas y emblemáticas de la Europa decimonónica: la última batalla del gran Napoleón, en Waterloo. Siendo emperador de una Francia que abarcaba a casi toda Europa. Justo había regresado de su cautiverio con el fin de recuperar su corona y su imperio, pero que a sus espaldas, las demás monarquías absolutistas, se habían organizado mediante un congreso diplomático en Viena, para restablecer el orden previo a la gran Revolución, no por nada al petite caporal lo declaraban tajantemente como el “enemigo universal” “el ogro de Europa”, sin dar crédito a sus grandes obras previamente establecidas tanto en papel como en infraestructura.
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